Hoy le he explicado a mi hijo de 16 años, el verdadero alcance de la enfermedad.
He afrontado la conversación esperando cualquier tipo de reacción. Porque, realmente, ¿cómo se supone que debe reaccionar alguien ante semejante información? Creo que cualquier respuesta es válida en estos casos: silencio, llanto, enfado e incluso, ¿por qué no?, risa por no saber como gestionar las emociones.
Mi hijo ha demostrado en múltiples ocasiones que valora la verdad, así que he empezado siéndole totalmente honesto y explicándole que tengo un cáncer muy avanzado para el que no hay solución definitiva. Que todo lo que vamos a hacer es tratar de prolongar lo inevitable, manteniendo un mínimo de calidad de vida.
Su primera pregunta ha sido la misma que me hice yo, y que haría cualquiera: "¿cuánto te queda?"
Le he explicado las estadísticas para estos casos, tal cual, con los datos fríos. Que hay que ser realistas, pero al mismo tiempo, dejando entreabierta la puerta a la esperanza, porque, probablemente, las estadísticas esconden otras realidades que pueden no aplicarse tan directamente a mi caso.
Por ejemplo, en un estudio de 1500 personas que tenían un cáncer como el mío, se determinó que la esperanza media de vida era de 20.6 meses. Pero, ¿cuál era la media de edad de esas personas? Dado que el cáncer es una enfermedad relacionada con la vejez, quizá rondaba los 60, 70 años. ¿Y cuál era el estado físico? Hay muchos factores detrás de una cifra.
Hemos hablado de lo que es el cáncer, de qué tipo es el que tengo y de cómo de avanzado está.
Le he explicado en qué consiste la quimioterapia y por qué, en el caso del problema del cerebro, este tratamiento no es efectivo, y en su lugar aplicarán radioterapia.
Además, seguiré algunas terapias complementarias que reforzarán el efecto de la quimioterapia e, incluso, estoy dispuesto a probar terapias completamente alternativas y no "convencionales" que, en algunos casos, parecen haber funcionado.
Es decir, que asumiendo que tengo cartas perdedoras, también cuento con algunas armas. Y estas pueden darme la posibilidad de mantenerme en la partida más tiempo del previsto. Nunca se sabe. Cuanto más tiempo pasa, más probabilidades hay de que pase algo que pueda cambiar el rumbo. El oponente puede equivocarse o, incluso, las reglas del juego pueden cambiar de repente. ¿Quién dice que, debido al progreso tecnológico exponencial en el que vivimos, no se descubra en algún momento algo que lo cambie todo? Sólo aquellos que aguantan hasta el final podrán beneficiarse.
No rendirse es uno de los valores que siempre he tratado de inculcarle. Y se acuerda. Creo que con esta parte hemos conectado.
David, !aún estoy aquí! Para lo que sea.
Te quiero.